dimarts, 27 de març del 2007

Mi conductora favorita

Suelo coger el autobús número 14 para regresar del trabajo a casa. Hace unos meses me pasó algo curioso. El 14 llegó a mi parada, se abrieron las puertas y yo subí. Supongo que iba pensando en mis cosas cuando la conductora de pronto me dijo “hoy no tienes donde elegir, eh!”. Yo respondí con una sonrisa, pero por supuesto no sabía a qué se estaba refiriendo y, cuando introduje mi tarjeta en el artefacto que las valida, vi la luz. Quiero decir que entendí a la señora conductora, que no era una charlatana más, y sólo me quería hacer notar que yo era la única pasajera del autobús.

Vale, habían pasado unos segundos, pero me hizo gracia el inesperado comentario irónico y se lo quise hacer saber siguiéndole la conversación, así que me senté en el asiento más próximo a ella y le dije “ui, qué bien, qué raro”. Está claro que no fui un ejemplo de ocurrencia y que no estuve a su altura, pero ella me dio otra oportunidad agregando “es que me han avisado de que estabas en la parada y he pasado a buscarte”. Dos a cero. Ahora ya más metida en situación, creo que no estuve mal con mi “estupendo, pues ahora cada día a esta hora, lo mismo”.

Acabamos hablando de todo, haciéndonos bromas, con la misma fluidez con que hablan dos amigas de toda la vida. Y cuando bajé del autobús porque era el final de mi trayecto, ella miró por el retrovisor, y yo me despedí haciendo un gesto con la mano. Ella me respondió con un arqueo de cejas.

Desde ese día, ella es mi conductora favorita del 14. Sorprendentemente no hemos vuelto a coincidir hasta hoy. Cuando se han abierto las puertas esta tarde y la he visto, he dicho “hola”, he validado mi tarjeta y me he sentado en un asiento cualquiera. Que ella sea mi conductora favorita no significa que yo sea su pasajera favorita y se tenga que acordar de mí. Lo acepto con alegría y sonrío. Tres minutos más tarde, un señor que rondaría los 50 se ha levantado y se ha situado a su lado. Quería decirle algo y lo ha hecho “Señorita, quiero decirle que es usted mi conductora favorita. Cojo muchos días este autobús y usted es quien mejor conduce con diferencia. Lo hace suave, suave, sin meneos. Tendría usted que dar clases al resto. Hace días que lo pienso, que es usted mi conductora favorita y, digo, voy a decírselo, para que lo sepa”.

Mi primera reacción ha sido mirar al señor con cara de cierta desaprobación, pero enseguida he caído en la cuenta de que me había marcado un golazo. Quizás el señor era un cursi que hablaba de más, pero mis pensamientos jamás han alegrado el día a nadie. Uno a cero.